domingo, 8 de mayo de 2011

miércoles, 4 de mayo de 2011

Igual para agosto estamos en casa...





-Cuñaaaaaaaaao. Para agosto dice. Ih, ih, ih, ih...

Escombros

Podría hacer otra entrada para el blog. Podría actualizarlo más a menudo. Pero llevo unos días en que la única palabra que me viene a la cabeza cuando pienso en nuestra casa es... escombros.
Mi amor, ¡haz el favor de bajar de ahí!

domingo, 1 de mayo de 2011

El compresor, un tsunami corporal


No os dejéis engañar por la sensación de fortaleza y bienestar que transmite Joan en la foto. La realidad es otra. Y la realidad es que 30 segundos con el compresor en la mano y funcionando multiplican exponencialmente la fatiga de los brazos. Fatiga que, con el paso de los minutos y después de las horas, se transforma en dolor agudo y en llagas en las manos. Paco y Toni, los estimados hacedores de nuestra humilde morada, nos dicen que a todo uno se acostumbra. Yo llevo unos diez días alternando diferentes tareas y, de la misma manera que Mourinho se pregunta "¿por qué?", yo me pregunto: ¿cuándo? ¿Cuándo cesarán los dolores? Bueno, algunos dolores desaparecen apenas uno deja de hacer la tarea que los provoca pero al día siguiente en el primer segundo que retomamos esa misma tarea ¡ay!, los dolores vuelven a estar allí como si nunca se hubieran ido.
El compresor, sin embargo, nos proporciona un tipo de sufrimiento único en su especie.
Imaginemos un tsunami o un terremoto. La sensación física del compresor actuando es justamente esa. Temblor, calma, temblor. Temblor, calma, temblor. Una y otra vez. Una y otra vez. Un minuto, diez minutos. Una hora, dos horas, ocho horas. El temblor se va acumulando en el cuerpo. Digamos que se apodera de todo él. Se cuela por los poros como las partículas radioactivas. De manera que al final del día, cuando ya el compresor está lejos, lo que hace unas horas eran temblores en tiempo real, se transforma en réplicas. Todo tu ser, lo más profundo de tu yo, tiembla. Temblor, calma, temblor. Temblor, calma, temblor. Una y otra vez. Una y otra vez. Una ducha. Temblor, calma, temblor. Dulces sueños. Temblor, calma, temblor. Un minuto, diez minutos. Temblor, calma, temblor. Una hora, ocho horas. Temblor, calma, temblor. Ya se ha hecho de día. 

A pesar del sufrimiento, no pierdo la esperanza de ver aparecer un zombie por el patio y usar el compresor para destrozarle las tripas. Este momento cinematográfico y las ganas de ver la casa acabada todo lo compensan.